La democracia peruana: entre la amnesia colectiva y la esperanza frustrada.
- Leonardo Serrano Zapata
- 20 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 20 abr
La democracia peruana parece un paciente con Alzheimer terminal. Estamos condenados a olvidar nuestro pasado reciente y a tropezar, una y otra vez, con la misma piedra. Una piedra que tiene nombre y apellido: Fujimori.

Keiko Fujimori lidera las preferencias electorales. Otra vez, como en las últimas tres elecciones. Acaso los peruanos somos como un enfermo que se niega a cambiar sus hábitos autodestructivos, Perú parece condenado a repetir su historia. Los nombres que hoy encabezan las encuestas son un recordatorio doloroso de nuestra incapacidad para aprender de nuestros errores.

¿Cuántas veces tendremos que rechazarla en segunda vuelta para que entienda que su apellido está manchado con la sangre de la dictadura? La hija del autodenominado “último samurái” —quien en 2013 intentó formar parte del Senado japonés y usó ese eufemismo para referirse a sí mismo— vuelve a liderar las intenciones de voto de cara a las elecciones presidenciales.

Según Perú 21, en colaboración con la encuestadora Ipsos, la lideresa del partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori, lidera nuevamente las preferencias electorales con un 11 % de intención de voto para las elecciones presidenciales del 2026, según datos de abril de 2025. Le siguen el actual alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, y el comediante Carlos Álvarez, ambos con un 6 %.
Al parecer, nunca será suficiente. La hija del autócrata repite el plato: sigue ahí, como un fantasma que se niega a abandonar la candidatura que la llevaría de regreso a la casa que en los 90 alguna vez habitó.
El segundo lugar lo ocupa Rafael López Aliaga, el “Porky” limeño, del partido político Renovación Popular: un empresario ultraconservador que gobierna Lima como si fuera su empresa privada. Su gestión municipal ha sido un monumento a la improvisación y al autoritarismo disfrazado de eficiencia. ¿Es este el tipo de liderazgo que necesita un país fracturado por la desigualdad?
Y en tercer lugar, un comediante. Carlos Álvarez, maestro de la imitación y ahora rostro del partido político País para Todos, quiere pasar de burlarse del poder a ejercerlo. ¿No es este el reflejo perfecto de en qué se ha convertido nuestra política? Una tragicomedia donde la línea entre la realidad y la parodia se difumina cada día más.

Fuerza Popular, el partido que más daño le ha hecho a nuestra democracia y que sostiene la gestión de la presidenta Dina Boluarte, es hoy el que más posibilidades tiene de volver a gobernar. Mantiene un sólido 9 % de preferencias partidarias. Es como entregarle las llaves de tu casa a quien ya te robó una vez, con la esperanza de que esta vez cuide tus pertenencias.
¿Qué dice de nosotros este panorama? Nuestra democracia se ha convertido en un adicto que jura que "esta vez será diferente" mientras busca la misma sustancia que lo destruye. Los peruanos hemos normalizado lo inaceptable. Nos hemos acostumbrado tanto a la corrupción que ya ni siquiera nos escandaliza. Estamos como el sapo en la olla, tan adormecidos por el calor gradual que no percibimos que estamos a punto de hervir.
Nuestra política parece atrapada en esta dinámica: del autoritarismo a la inestabilidad democrática, de la derecha conservadora a experimentos populistas, para volver a empezar el ciclo. Cada oscilación nos deja más aturdidos, más cínicos, más dispuestos a aceptar lo inaceptable. ¿Hasta cuándo?
El problema no son solo estos candidatos. El problema somos nosotros, que los legitimamos con nuestros votos, que normalizamos la mediocridad, que nos conformamos con elegir "al menos peor". El 2026 está a la vuelta de la esquina. Tenemos menos de un año para despertar, para exigir más, para recordar. La elección es nuestra. Y el tiempo se acaba.
*Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente la postura o posición de la empresa.
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